Para el psicoanalista francés hoy la adicción al juego, al sexo, al
trabajo, las toxicomanías… son síntomas de la desagregación de los lazos
sociales devenidos de la crisis de las representaciones de la autoridad, entre
otras. Allí Laurent revindica el papel del psicoanálisis, aunque “no produzca
buenas noticias”POR PABLO E. CHACÓN
Contra las certezas universales, el psicoanalista
francés Eric Laurent reivindica el lugar desacoplado de su práctica en el
régimen de discurso dominante en la época, el de la ciencia. Y cuestiona los
resultados de las “soluciones” globales al dolor de vivir, aplastado por un
optimismo mercantilista que no hace más que generar nuevos inconvenientes y una
angustia que a falta de brújulas singulares, se oscurece por medio de fármacos,
drogas, soluciones inmediatas, compulsión y placebos como el consumo sin freno
y la felicidad obligatoria. Esta es la conversación que sostuvo con Ñ digital
en un aparte de su participación en el VIII Congreso de la Asociación Mundial
de Psicoanálisis (AMP) que sesionó la semana pasada en Buenos Aires.
La crisis financiera global, ¿cómo encuentra a los
analizantes, sometidos cada vez a efectos más nocivos que se venden como
soluciones?
Los encuentra de manera más grave, más angustiados,
perdidos. Diría que en los analizantes, el “efecto crisis” provoca una
incertidumbre masiva. Esa angustia puede escucharse. Las cosas aparecen
ensombrecidas. Existen más depresiones, una notable ausencia de deseo, según
cada sujeto. Pero hasta los que están más animados, incluso los hipomaníacos,
los que desafían al fetichismo del contexto, también están marcados.
Los síntomas ¿cambian, han cambiado en este año y
medio?
Los síntomas son los que aparecen, los que ya
aparecen: toxicomanías en general; todo (o casi todo) puede transformarse en
algo adictivo; el juego, el sexo, el trabajo, etcétera; y como respuesta, al
interior del discurso del amo, una mayor voluntad de vigilar, castigar,
prohibir, que provoca en el sujeto, lógicamente, una creciente voluntad de
destrucción. ¿Quieren prohibir? Entonces quiero más. Esto es muy común entre
los jóvenes. Pero no sólo entre los jóvenes. Pero los jóvenes, de esa manera,
demuestran la impotencia del otro, su megalomanía, sus maneras de sobrevivir a
la punición. Porque también es evidente la transformación del ideal de
juventud: ahora se trata de conseguir una juventud “eterna”.
¿Eso es lo que se llama la “infantilización
generalizada”?
Digamos que la desagregación del lazo social es
contigua a la caída de las representaciones de la autoridad y a las
prohibiciones que implica. A pesar de que Freud dijo que en la cultura existe
algo que no anda, un malestar, ahora hay un plus, un “más” que se intenta
civilizar sin éxito, y que provoca el retorno de una voluntad de goce nueva,
imparable. Y que por esa razón, de estructura, se produce un llamado de más
vigilancia y más prohibición.
El sujeto del tardocapitalismo, inerme,
desamparado, ¿cómo enfrenta la angustia?
El recurso más difundido hoy día es el uso de
alcohol y drogas. Existen antecedentes: la prohibición del alcohol en los
Estados Unidos durante un tiempo el siglo pasado. Esa política multiplicó los
mercados negros y el consumo. Y lo mismo pasó con las drogas: prohibición,
“permisividad”. Después, guerra contra las drogas. Y el efecto resultó el
contrario al buscado. ¿Es una política? No lo descartaría. Ahora mismo, el
consumo de drogas está globalizado. Y aparecen nuevas sustancias todo el
tiempo. Además de mafias y armas a un nivel nunca visto. Y Estados de Derecho
en peligro. México, por ejemplo, que está al borde de la catástrofe.
Legalizar el consumo, ¿no sería un principio de
solución?
Es relativo. Pero sí cambiar de perspectiva. En la
reciente cumbre de Colombia, el presidente de Guatemala dijo sobre este tema
que habría que empezar a pensar en otro sistema. Y después lo hizo el
presidente colombiano. Porque de atender a la dialéctica estadounidense sobre
alcohol y drogas, el efecto es tanto un llamado al goce como a una mayor
vigilancia. Pero liberalizar sin control es tan absurdo como soñar que se
terminará la producción de sustancias. A mi juicio, no se trata de
liberalización o prohibición total sino de adaptación: cómo puede ser regulada
cada sustancia, para reducir el daño a los estados, a la gestión policial y a
los sujetos. Eso implica un cálculo político. Entre el empuje al goce y la
prohibición, el problema no se resolverá por una dialéctica que ya mostró sus
resultados. Es necesario inventar instrumentos de orientación, incluso
instrumentos legales nuevos para salir de esa falsa oposición, que es la doble
cara de la pulsión de muerte.
¿Y qué está sucediendo con los llamados trastornos
alimenticios, la anorexia, la bulimia, la obesidad?
Están en la misma serie anterior. Pero aclarando
que esos males son propios de países que han “resuelto” el problema de la
alimentación. Porque no es lo mismo en las zonas donde la comida casi no existe
y lo que está en juego es la supervivencia. Pero en el caso de estar
“resuelto”, puede verse que la pulsión oral es imposible de domesticar. Y
tenemos también las dos caras: restricción o producción. Del lado femenino, existe
una industria de la “belleza” anoréxica. Y del otro, la bulimia: en los Estados
Unidos, en el lapso de una generación, se ha multiplicado el número de personas
obesas. Y los factores son similares y distintos, y múltiples las
determinaciones, como en el caso de las toxicomanías: destrucción del lazo
social, ansiedad, demasiada azúcar, demasiada sal, producción de alimentos
artificiales, etcétera. Y un dato nuevo: la voluntad de hacer desaparecer el
tabaco… está muy bien: limitó el número de los cánceres de pulmón, pero
sorpresa, aumentó la cantidad de casos de diabetes. Porque el tabaco era una
manera de controlar el peso. Y el peso es un factor central en la diabetes.
Pero ¿no se hicieron estudios previos?
Existen médicos que reconocen que esos efectos
-colaterales- no se calcularon. La diabetes, ahora, es la causa de muerte
más común en los países centrales. Esto no se puede resolver con una
prohibición: prohibir el azúcar, el tabaco, la sal, las grasas. Esos son
sueños… sueños de la razón que producen monstruos. Entre el empuje al goce y la
prohibición, se producen impasses…
¿Cómo resolver esos impasses?
Creo que con soluciones “a medida”, para cada uno.
Pensar soluciones globales, leyes universales que resuelvan esta situación,
normas de salud impuestas por burocracias sanitarias, es otro sueño. Pero
encontrar, cada uno, un camino entre estos impasses, eso es posible, de acuerdo
a la relación particular que se tenga con el goce. Aclarando que el
psicoanálisis no está en todos lados. Y que su dignidad como práctica implica
cierto desajuste respecto a las normas de la civilización. El psicoanálisis no
produce buenas noticias. No promete la felicidad inmediata. Pero lo más
importante es que no es una ciencia. Y el régimen de discurso dominante es la
ciencia. El psicoanálisis es una disciplina crítica, que constata los efectos
de la ciencia. Es el discurso que comenta los efectos de la ciencia sobre la
civilización. Y sobre los sujetos, uno por uno. Pero el modo de certeza del
psicoanálisis también es criticado, es odiado, rechazado, porque no puede ser
alcanzado fuera de la cura analítica.
¿Criticado, odiado, rechazado?
Efectivamente. Porque para obtener una certeza
(singular), hay que pasar por la experiencia analítica. Eso es lo que se
rechaza. La ciencia, en cambio, no supone ninguna experiencia singular. Supone
la razón, el cálculo y el trabajo. El psicoanálisis ocupa un lugar extraño,
como el de un inmigrante. Porque el orden simbólico, tal como se lo conocía, no
existe más. Existen sólo las leyes de la ciencia. Pero la ciencia no puede dar
cuenta de todo. La teoría de todo no existe. La difusión de la ciencia en este
nuevo orden, hace que el sujeto sea enviado a sus angustias fundantes, sin
saber cómo orientarse. Y la salida, en esta visible oscuridad, no parece pasar
por las buenas intenciones, las religiones privadas o las variaciones new age.